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Lorena S. Gimeno

Epístolas del recluso y la herida #8

Anteriormente en Epístolas del recluso y la herida

Tras recibir la primera carta de Calista, Jean ha visto un rayo de luz más allá de la pena que le queda por cumplir. Ahora ambos han reconocido que se conocían antes de aquella noche en la que sus vidas cambiaron pero Jean está a punto de dar un paso atrás en su camino hacia la redención, puesto que en su mismo pabellón está el ladrón que estuvo a punto de matar a Calista y su hijo, y tiene que hacer algo al respecto.

Sin embargo, todo tiene sus consecuencias…

Prisión central de la República, 18 del IV del año 1

Querida Calista:

Mi padre era un cazador de renombre y gracias a él nunca nos faltaba comida ni a mi madre ni a ninguno de sus dos hijos. Mi hermano mayor, Paul, que creo que sueles llamar “doctor”, pudo estudiar con los ahorros de la familia mientras yo aprendía el oficio de mi padre. No odio a mi hermano, simplemente a él se le daba bien estudiar mientras que yo siempre he tenido aptitudes para otras cosas. Lo primero que aprendí de mi padre fue a despellejar conejos y es mi mayor habilidad aunque no te voy a explicar cómo se hace, porque durante la rebelión lo repetí demasiadas veces con animales que no eran conejos. En aquel entonces (parece que fue hace años) me llamaban “637 Despellejador” así que antes de entrar en la cárcel me hice el tatuaje para que nadie me molestara. Mi fama me precede y nunca tengo problemas. Y ahora mis padres podrán seguir su vida porque han recuperado las tierras que un dictador les expropió. Sólo espero que mi hermano no se haya cansado de reparar mis estropicios, porque un médico no debe estar en la guerra. Los débiles terminan heridos y de nada sirve salvarlos y gastar recursos que los fuertes pueden usar para ganar batallas.

   Hace mucho tiempo que no soy aquel chico. Ya no soy “Jean”, pero tus cartas hacen que quiera ser él y te escriba como si lo fuera. Sigo queriendo ser el padre de nuestro bebé, y casi me da un infarto cuando he leído que casi lo pierdes por mis actos. Sinceramente, he vuelto a hacer daño a alguien después de eso, pero ya no volverá a ocurrir o, al menos, intentaré que no suceda porque no puedo dejar de ser lo que soy.

   Aquí, en la enfermería de la prisión, la verdad es que se está mejor que en mi celda o la sala de aislamiento en la que he estado el último mes.

   Cuando me devolvieron a mi celda, pude hacerme de nuevo con un cuchillo y utilicé mi habilidad para arrancarme la piel del pecho, y con ella el tatuaje. Ya no lo necesito y tampoco voy a decir que lo he hecho por ti o por el bebé. Lo he hecho porque me siento culpable por tu estado y porque quiero recordar lo que está bien y mal cada vez que sienta la cicatriz que me va a quedar. Me han dicho que, como no quiero que me reimplanten la piel, tardará meses en regenerárseme.

   Esta misma mañana el alcaide ha venido a verme (era uno de los nuestros, así que es amable conmigo) y me ha dicho que no va a aumentar mi condena pero que no podré pedir la condicional hasta cumplir al menos cuatro años, cuando antes podría haber salido en dos (esto también me lo han dicho hoy).

   De todas formas, podré cumplir mi promesa si aún quieres que la cumpla cuando salga. No te juzgaré porque tú no lo has hecho. Y te lo agradezco  aunque ya no sea “querido Jean”.

Deseando ver más fotos tuyas y de tu barriga,

Jean

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