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Lorena S. Gimeno

Sinceros non gratos

Hoy, 8 de marzo de 2018, voy a aportar mi granito de arena con un relato que en su día escribí pero que no comparto mucho. Sinceros non gratos es un relato erótico sobre la gente sincera que no cae bien a la gente que no aguanta las verdades; y sobre lo bien que conectan dos personas sinceras.

©LorenaS.Gimeno
Diseño de portada y corrección: Lorena S. Gimeno
Tipo: relato erótico
Escrito en: marzo de 2018


“Los hombres siempre mienten”. Mi madre me lo decía tan a menudo que, en algún momento de mi vida, empecé a decir automáticamente la verdad pura y dura. Cada pensamiento, cada opinión o crítica, salen de mi boca sin filtro alguno para llegar a oídos del amigo, familiar o pareja de turno; y lo cierto es que con ello me siento mejor conmigo mismo. Básicamente, si creo que a mi novia le queda mal un vestido, se lo digo; lo cual no significa que no tenga tacto. Sé perfectamente que, si suelto algo parecido, le tengo que enumerar automáticamente qué otros tantos vestidos le quedan bien, y sin mentir.

El problema llega cuando la chica de turno no sabe ver que todo lo que digo y hago no es de mala fe. Me han llamado “cabrón”, “machista”, “embustero”, “capullo”, y creo que todas las palabras despectivas y enrevesadas que pueden encontrarse en el diccionario. Una vez, incluso, me llamaron “mentecato”, y tuve que buscar en el diccionario qué significaba porque no tenía ni idea.

Sin embargo, los tiros no van por ahí. Ayer me dejó mi última novia con el pretexto de que no tenía sentimientos y era un “desalmado”, otra palabreja que he podido añadir a mi lista de adjetivos personales. Y como me parecía muy incómodo seguir celebrando el año nuevo con nuestros amigos (y con ella precisamente), fui pululando por el local hasta encontrarme con otro grupo de gente de más o menos mi edad con los que estuve hablando y tal.

Lo cierto es que no sé cómo he despertado en mi piso junto a una tía que no conozco para nada. “Buenos días”, me ha dicho tal cual mientras se levantaba y se largaba a la cocina con mi bata puesta. Ahora está haciendo el desayuno y lo cierto es que tengo la cabeza hecha un caos. No suelo irme a la cama con cualquiera, y menos borracho.

Alargo la mano hacia la papelera que tengo al lado de la mesita de noche y, en efecto, dentro hay un condón usado. El alivio que me invade al acto es lo más placentero que puedo sentir ahora mismo. Me duele bastante la cabeza y veo que la tipa que está en la cocina me ha dejado un vaso de agua y un paracetamol preparados. Amable por su parte, pero es algo que me hace sospechar. No sé qué hice ayer noche pero espero y deseo que no sea una loca de esas que se piensan que por follar ya somos pareja.

Sin embargo, sé que tarde o temprano se largará, y más cuando empecemos a hablar. Hoy no estoy para callarme precisamente así que me decanto por ponerme el pijama. Luego ya me ducharé. Tengo hambre.

—¡Feliz año nuevo! —me saluda la mujer, de no más de treinta y cinco, desde la cocina americana—. No sé a qué tipo de desayunos estarás acostumbrado pero yo me he levantado de buen humor y he hecho un bizcocho y café. ¿Cómo lo tomas?

Me la quedo mirando sin más. Está bastante bien. No está peinada ni maquillada y lleva la bata medio abierta, pero su forma de mirar y la forma de sus labios me parecen bastante atractivos. Es de las que se levantan frescas como una rosa… y yo no.

—Con leche y azúcar… Me estaba preguntando cuándo te largas —le suelto sin más mientras me siento en la barra americana y me hecho bastante azúcar y leche al café. Pongo una servilleta debajo del vaso y me corto un pedazo de bizcocho caliente y esponjoso para mojarlo—. Ah, sí. Feliz año nuevo.

—Eres de los que se levantan con el pie izquierdo, ¿eh? —sonríe ella, y arqueo una ceja. Sorbe su vaso de leche caliente y da un bocado a su pedazo de bizcocho—. No te preocupes. Normalmente me largo en cuanto me levanto pero, como ya te he dicho, me he levantado de buen humor y he decidido agradecerte los tres primeros orgasmos del año con un desayuno. Me acabo esto, me ducho y me voy.

Habla mucho, pero no demasiado rápido. Creo que habla lentamente para que asimile toda la información.

—Bien. Gracias. No me acuerdo de mucho de lo de esta noche—confieso mientras observo sus pies descalzos al otro lado de la barra, colgando del taburete y jugueteando entre ellos.

—No me extraña. Ibas como una cuba —se ríe ella—. Te acoplaste en nuestra mesa quejándote de lo penoso que es que te deje la novia el día de Año Nuevo y, mira tú por dónde, ayer me dejó mi novio también por motivos que no te voy a contar.

—¿Le pusiste los cuernos?

—Más bien me los puso él a mí y, como me di cuenta, me ha dejado de puta para arriba delante de nuestros amigos antes de que lo “fuera contando por ahí”. Es un imbécil y, como no soy una idiota de esas que lloran por el hombre que las deja, decidí ayudarte a llegar a tu casa. Después me quité la ropa y me seguiste el juego; nada fuera de lo común. —Sonríe para sí, sin más, mientras mira hacia otro lado, seguramente por el hecho de que no iba a decirme nada y al final me ha hecho un resumen.

—¿Suele funcionarte?

—¿El qué?

—Quedarte desnuda delante de un tío para decirle que quieres follar.

—Pues sí, ¿cómo no? Es decir… En vez de ir dando rodeos y lanzando indirectas… ¿No es mejor enseñar algo de carne y ver cómo reacciona el tío?

—Quizá… Sí. Seguramente —sopeso en alto. A lo mejor es algo demasiado directo pero…—. Aunque es algo que solo se pueden permitir las mujeres. Si lo hiciera un hombre, seguramente acabaría en la cárcel.

—¿Y no vale la pena la posibilidad si puedes acabar teniendo el mejor polvo de tu vida? —sonríe ella por encima de la taza.

—¿Tan bien lo hice? —me doy por aludido, y le arranco una sonrisa más amplia.

—Menos lobos, Caperucita. No estuvo mal pero… quizá estando más sereno hubiera estado mejor —admite, sincera, y sé que no lo ha dicho para herirme. Sus ojos me dicen completamente lo contrario, casi insinuantes.

Se me queda mirando, a la espera de  una reacción por mi parte. Pero yo no dejo de desayunar en ningún momento mientras escruto cada parte de su cuerpo y me arrepiento de haber estado tan borracho. Básicamente porque sé perfectamente que la gente tiende a esconder las cosas o a tergiversarlas. No soy tan iluso como para pensar que, si soy sincero con el mundo, este será sincero conmigo.

—¿En qué piensas? —me pregunta, y desliza el pie desnudo por mi pierna de abajo arriba hasta colocarlo sobre mi taburete. La miro y enarca una ceja, claramente insinuante. ¿Por qué no?

—Me estoy arrepintiendo de haber estado tan borracho anoche —admito—. ¿Tienes mucha prisa?

—Creía que querías que me “largara”. —Estira la pierna lo suficiente como para acariciarme con el empeine y darse cuenta de que estoy duro como una piedra. ¿Aún me quedan condones?

—Quería saber cuándo te largas, no que te largues —la rectifico.

—Bien, bien —sonríe, pícara—. Dime, Aitor, ¿serás capaz de repetir lo de ayer? Prometo esforzarme mucho yo también.

—Solo puedo prometerte el esfuerzo que hago siempre… No sé qué te hice anoche, en serio.

—Maya. Me llamo Maya —se presenta. No sé si me ha dicho su nombre antes pero antes de que me dé cuenta ya me la he colgado al hombro. El desayuno puede esperar. Para algo están los microondas—. Ay, para. ¡Espera! ¿Es que eres un cavernícola o qué? —me recrimina entre risas mientras la lanzo sobre la cama y rebota, aún sonriendo.

Sin desvestirme, me pongo sobre ella y abro la bata para empezar a tocarla todo lo que no recuerdo. Boca arriba, el estómago se le hunde y deja ver los huesos de la pelvis de tal forma que quiero morderlos. Los pezones ya se le han puesto duros y deslizo la lengua desde su ombligo al esternón mientras arquea la espalda. Deslizo una mano por debajo de ella y la agarro del culo, fuerte, para que se queje; un adorable quejido entre el dolor y el placer. Me coge de la cabeza y tira de mí para que la bese. Abre la boca y entrelaza su lengua con la mía mientras desabrocha mi pijama y desliza las manos dentro.

Sin previo aviso, me pellizca un pezón mientras entrelaza las piernas a mi espalda y me estruja, impaciente. La noto húmeda y caliente aun a través del pantalón; y tengo el arrebato de embestirla sin más. Pero me reprimo y ahondo en sus besos mientras la sigo acariciando y meto la mano entre nosotros para masturbarla. Enreda los dedos en mi pelo y tira mientras me lleva a sus pechos para que los bese, lama, muerda y chupe. Su piel arde por el ansia y la suelto un momento para sacar un condón del cajón; pero cuando me lo voy a poner me lo quita de las manos y se lo pone en la boca. Me hace sentarme y me baja el pantalón mientras desliza su boca por toda mi envergadura. Me estremezco ante el calor abrasivo de su interior. Mala idea. Me muerdo el labio y me reprimo para no correrme. Por las mañanas estoy muy sensible, y casi parece que lo sepa.

Y así me quedo, arrodillado y hecho un enredo con los pantalones, mientras Maya se sube a horcajadas y se sirve ella misma. Se me abraza y me estruja mientras me susurra:

—Creo que ahora mismo me conformo con un orgasmo —jadea en mi oído, y me muerde el lóbulo mientras la agarro de las nalgas para que se mueva más rápido, más fuerte. Sin embargo, me puede el orgullo y la tiro a la cama antes de abocarme en el cunnilingus más intenso que he hecho jamás; o eso creo.

Suelta un gemido, largo y erótico, mientras intenta apartarme y me suplica. Le he cogido el punto y me canso la lengua en su clítoris mientras se retuerce y me estruja la cabeza con las piernas. Se corre. Lo noto en la boca y la miro a los ojos para ver la mirada más tierna que me ha dedicado una mujer jamás. Quiero morderla para hacerla soltar un gritito, pero en vez de eso me vuelvo a deslizar en su interior mientras beso su cuello, enrojecido y espasmódico por los jadeos y los latidos de placer.

Me estruja y no puedo creer que ahora esté aún más caliente. Quiero correrme, pero también quiero que siga sudando debajo de mí; que siga mirándome con esos ojos lascivos llenos de deseo y ansiedad. Lo sé, sé que en realidad está sufriendo porque un capullo la ha dejado por otra. También sé que si ella no estuviera aquí conmigo estaría durmiendo todo el día, revolcándome en el estiércol de mi depresión.

—¿Cuántos? —le pregunto, y me doy cuenta de que no he dicho una palabra desde que estábamos en el comedor.

—¿Qué?

—¿Cuántos orgasmos quieres, Maya?

Ante la pregunta, intenta sonreír, pero empieza a llorar; sin quejidos, sin lamentos, únicamente lágrimas. Me abraza y me besa con ternura, tanta que al final el que se corre soy yo. Me jode y cuando noto que se me baja la cojo de la cintura y le doy la vuelta. Me dice que no hace falta, que era broma; pero sé perfectamente que cada orgasmo que le proporcione la apartará un poco más del capullo de su ex. No dejo de preguntarme cómo la ha dejado, por qué. ¿Cómo ha podido dejar tirada y difamar a una mujer tan dulce?

Sé que podría quererla mientras me masturbo un poco, me pongo otro condón y empiezo a follarla así, a cuatro patas. Se agarra al cabezal de mi cama, de barrotes, y pienso como siempre que es una de las mejores compras que he hecho. Hunde la cara en la almohada y sé que quiere esconderse de mí, que se avergüenza de utilizarme; pero me echo hacia delante y la agarro de las tetas para obligarla a levantarse. Se me abraza del cuello, con el culo en pompa y la espalda arqueada de forma que tenemos el mínimo contacto. Beso su cuello y chupo el lóbulo de su oreja mientras toco cada parte de su cuerpo y me aprieta más la nuca con las manos. Sé que se va a correr otra vez cuando se muerde el labio y empieza a jadear más fuerte, más rápido. Joder… Me gustan demasiado las mujeres.

***

Acurrucados bajo las sábanas haciendo la cucharita, estoy contento de que mi pene no vaya a reanimarse por el momento y permanezca tranquilo contra el culo de Maya. Ella permanece con los ojos cerrados y con las piernas entrelazadas con las mías. Si así lo quisiera, podría masturbarla, pero cuando lo he intentado hace unos minutos me ha pellizcado el dorso de la mano; y duele un huevo.

—Dime, Aitor, ¿a qué te dedicas? —pregunta sin más, y sé que está tan cansada como yo. La conversación post-coito no es mi especialidad, la verdad.

—Soy crítico de cine en una revista online —respondo mientras beso su cuello, y ella se da la vuelta para estar abrazados cara a cara. Cuanto más la miro, cuanto más veo sus ojos, más sé que podría llegar a quererla.

—Te pega, la verdad. Recuerdo que ayer noche no parabas de decir que no comprendías a las mujeres. Que si les mientes porque les mientes, que si eres sincero porque lo eres. ¿Eres de los que mienten?

—Si fuera de los que mienten, no me jodería tanto que me dejaran por sincero —explico—. ¿Y tú a qué te dedicas?

—Soy profesora de primaria —sonríe, un poco avergonzada mientras me estruja el culo—. Lo siento. Desde ayer que estaba pensando en hacer esto.

—¿En estrujarme el culo?

—Sí… Es lo primero en lo que me fijé de ti. —Desvía la mirada un poco y reprimo las ganas de reírme—. ¿No te han dicho nunca que tienes un buen culo?

—Lo cierto es que no; aunque tampoco me habían pellizcado los pezones nunca —recuerdo.

—¿No? Pues ayer te gustaba mucho —suelta una risita.

—Vuelve a hacerlo —pido.

—¿Pellizcarte los pezones?

—No. Reírte de esa forma. Me gusta. —Y al decir esto mi pene se anima de nuevo, refutándolo.

Ante el roce, Maya se vuelve a reír y la beso. Vuelve a enredar los dedos en mi pelo y la abrazo más fuerte, casi sintiendo ganas de llorar. He tenido suerte de que nada en Maya me recuerda a Alba. Nada en absoluto. Son como la noche y el día.

—¿Quieres ser mi follamigo, Aitor? —me pregunta de repente, y sonrío como un idiota—. Ahora mismo no me veo con ganas de buscarme un novio, la verdad. Y me gusta cómo follas. También podemos salir por ahí como amigos…

—Claro. ¿Por qué no?

Quiero besarla de nuevo, pero antes de que lo haga me empieza a sonar el teléfono: mi madre, para felicitarme el Año Nuevo.

—Hola, mamá —respondo, recostado en la cama y con Maya abrazada a mi cintura y apoyada en mi pecho, mirándome—. Feliz Año Nuevo.

—Feliz Año Nuevo, hijo. ¿Qué estás haciendo? No te olvides de la comida familiar a las dos, ¿eh?

—No, no. Tranquila. Ahora me levanto de la cama, me ducho y voy para allá.

—¿Estás con Alba? ¿Va a venir también? —se quiere asegurar. A mi madre no le cae bien Alba; y ahora comprendo un poco la razón.

—Me dejó ayer, en la fiesta. Así que no va a venir, no —explico sin más.

—¿No estarás en la cama comiéndote el coco? Ya sabes que no es culpa tuya. Nunca lo es.

—Es lo que me dices siempre, mamá. No creo que sea tan cierto.

—¿Has sido infiel alguna vez, Aitor?

—No.

—¿Has pegado a alguna de tus novias o no has sido atento con ellas?

—No creo que se pueda resumir todo de esa forma, mamá. Pero no.

—Resumido o no. Eres un buen hombre y siempre has amado a las mujeres con las que has estado. Nunca te has ido con nadie porque sí.

—Bueno, nunca nunca… —siento que tengo que decirle la verdad. A mi madre no me gusta esconderle nada. Y a muchas tías eso las molesta—. Ahora mismo estoy con una mujer en la cama y creo que lo mejor es que cuelgue —intento huir de lo que viene ahora.

—¿En serio? ¿Y cómo es, hijo? ¿Es guapa? ¿La vas a traer a comer?

—No tenemos ese tipo de relación, mamá. Te cuelgo.

—Luego me cuentas, hijo. ¡Besos!

—Hasta ahora… —Y cuelgo. Maya me observa, divertida—. Lo siento.

—Lo tuyo es patológico, ¿eh? Yo me considero bastante directa y eso… Pero en serio que eres cien por cien sincero.

—¿No lo habías notado aún? —me extraño.

—Nah. Ya te he dicho que me fijé en tu culo, estaba dolida y decidí aprovecharme de ti. Creo que esta es la conversación más larga que hemos tenido desde ayer en el bar. Quizá la segunda; tampoco me he puesto a contar las palabras.

—Ni idea. ¿Te duchas primero?

—Antes no tenías tanta prisa.

—Antes no he visto la hora que es. ¿Nos duchamos juntos?

—Mejor que no, que a lo mejor acabamos de nuevo en la cama —niega, me empuja suavemente y se levanta de la cama.

—¿Vas a irte con el vestido de anoche? —pregunto, un poco más alto, mientras veo la prenda: vestido en palabra de honor con corpiño y tanga. Los zapatos también están por ahí tirados y las medias, rotas. Oigo el agua correr y un gritito cuando sale fría. Me la imagino.

—¡Podría irme desnuda, la verdad! ¡Pero creo que hace bastante frío y no me he traído chaqueta! ¡Me la dejé en el coche de mi novio!

—Podrías coger ropa de mi armario. Se la he ido comprando a Alba pero todo está nuevo. Si quieres, quédatela. Seguro que te va bien.

—Ok. Lo miro cuando salga.

***

Para cuando salgo de la ducha, Maya ya está vestida con unos tejanos y un jersey que le compré a Alba por Navidad. Se ha recogido el pelo en un moño alto, medio deshecho, y veo un par de pendientes de brillantes rojos en sus orejas. Estoy seguro de que antes no los llevaba.

—El jersey te va un poco estrecho de espalda, pero te queda bien —observo.

—Gracias, la verdad. He visto una parca de mujer en el armario. ¿Me la prestas?

—Ya te he dicho que Alba ha odiado siempre todo lo que le compro. Quédatela.

—¿En serio? ¿Qué tiene de malo esta ropa?

—Entre otras cosas, que prefiere siempre las faldas y los escotes cuando los tejanos le hacen buen culo y el cuello alto la estiliza.

—Vaya, vaya. Si vas a ser un experto y todo.

—Mi madre tiene una tienda de ropa y mi primer trabajo fue ahí. Algo sé. Pero no tanto como para llamarme experto. —Se ríe, y de nuevo siento ganas de besarla. Ahora mismo solo tengo ganas de olvidarme del último año y medio de mi vida.

—Y dime… ¿Tengo mejor culo que Alba? —se insinúa, y se levanta el jersey para que pueda ver bien cómo le queda el tejano.

—No. Y lo cierto es que por eso me gustas.

—¿Porque no me parezco en nada a tu ex o porque no tengo culo?

—Por ambas, la verdad.

—¿Sueles decirles eso a todas las chicas con las que estás? —quiere saber, y pienso que quizá es más curiosa que sincera.

—No suelo “estar” con mujeres sin más. Soy de los que siguen unos pasos porque, para serenarme, hay películas y soy bastante manitas —admito, y recuerdo con un cierto dolor mi adolescencia onanista y solitaria. Ella se ríe ante el comentario, seguramente imaginándolo.

—Ahora casi me siento culpable por aprovecharme de ti…

—Nah… Aprovéchate todo lo que quieras… —Veo la hora en el móvil—. Tengo que vestirme. ¿Te llevo a algún lado?

—No. Vivo a un par de calles, pero gracias. Me acabo el desayuno y me voy ya. Te he apuntado mi número en el móvil y me he hecho una perdida. Ya te llamaré.

Y dicho esto me besa en la mejilla recién afeitada y se pone la parca.

—Me gustabas más con la perilla, la verdad. Te daba un aire de intelectual.

—A mi madre no le gusta. Pero me la dejaré otra vez después de fiestas. Ahora me siento casi desnudo.

En vez de responder, me sonríe y se larga sin más. Cuando abre la puerta, una pequeña corriente de aire entra en el piso y siento un escalofrío. Hoy no he encendido la calefacción; aunque tampoco ha hecho falta.

Me llega un mensaje y lo miro: Alba quiere saber cuándo puede venir a buscar sus cosas, y cuándo voy a ir yo a por las mías. Lo cierto es que me avergüenzo de haber pensado que era Maya. Respondo: “Cuando te dé la gana”. Y al acto vuelve a mandarme otro mensaje: “Contigo siempre igual. Mañana ven a buscarme y te llevas tus películas”. “OK. Pero después te las apañas para llevarte tus cosas. No voy a ser tu chófer”, respondo, más por malicia que por el hecho de importarme hacer un puñetero viaje. Solo quiero deshacerme de ella cuanto antes.

Tiro el móvil sobre la cama y empiezo a vestirme. Tengo tiempo de sobras para llegar a la una. A mi madre le gusta que llegue pronto y ayude a cocinar y poner la mesa. Estoy seguro de que Maya le caería bien. Es una mujer atenta, que sabe lo que quiere y bastante sincera. No creo que me haya mentido, pero parece que se guarda muchas cosas. Lo normal.

El móvil vuelve a sonarme cuando me estoy atando los zapatos y, de mala hostia, miro a ver si es Alba, pero es Maya:

Gracias por todo. Otro día te hago magdalenas 😉